Aunque hoy en día el edificio, y especialmente la hospedería, cuentan con calefacción, en los tiempos antiguos nuestro convento fue famoso entre los frailes por el frío que en él se pasaba durante el invierno.
Cuando algún fraile enfermaba, para atenuar el frío de las camas, pues las sábanas eran de algodón, se podían utilizar diversas técnicas, como el calentar ladrillos en el fuego, que luego se introducían, envueltos en trapos, en las camas; llenar botellas de vidrio con agua caliente; o usar el calientacamas, una especie de brasero portátil, que estuvo en uso desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX, en que fueron sustituidos por otros inventos, entre ellos, la famosa bolsa de agua caliente.
En el museo conservamos uno de estos calientacamas, que debido a su antigüedad necesita ser restaurado para devolverle el brillo original al metal: se trata de un recipiente cóncavo de latón, con tapadera de cobre forrada y decorada con calados; y un mango de madera torneada. Este recipiente se llenaba de brasas, se introducía en la cama, y con el mango se iba deslizando por las sábanas para calentarlas.
Un dato curioso: en algunas regiones, al calientacamas se le conoce también bajo el nombre de «fraile», y las mujeres, para decir que lo habían usado, decían de forma pícara: «anoche metí al fraile en mi cama» o «anoche me acosté con el fraile».



Muy interesante. Descripción excelente.